sábado, 31 de diciembre de 2016

La Navidad engaña

La Navidad es una época propicia para lanzar mensajes equívocos. El exceso de sentimentalismo, de alcohol en sangre y de grasas saturadas combinan muy mal con la idea que muchos se forman durante estos días de cómo debería ser la amistad, el amor, la solidaridad o el compañerismo. Si los agitamos, se logra un cóctel que puede hacer un daño irreparable en nuestros ecosistemas vitales.

Las marcas edulcoran todos sus mensajes buscando enternecer nuestros bolsillos. No hay nada que se les resista: hijos en la otra punta del mundo que retornan a casa a cenar; abuelos felices de convivir juntos durante los últimos 70 años; parejas que miran embelesados cómo sus hijos abren sus regalos; parados con la ilusión puesta en la lotería; enfermos de Alzheimer rodeados de sus hijos hechos recuerdos vivos... No es de extrañar que muchos lleguen a la conclusión de que si no reciben estos mimos teatralizados por parte de sus familias, parejas o amigos es que la vida les está deparando el peor de sus instantes y tienen la sensación de que les han abandonado como a perros.

Da igual tus creencias religiosas o grado de empatía. Llegados estos días damos la mano y abrazamos de forma compulsiva mientras deseamos todo tipo de parabienes a todo aquel que se cruce en nuestro camino. Lo hacemos con una sonrisa en la boca; y eso, lejos de reconciliarme con el ser humano, me aleja de él hasta límites insospechados. Es como vivir en un mundo feliz y falso, mucho más falso de lo que resulta habitualmente. Me recuerda a aquellas ocasiones en las que llegabas tarde a la cita con tus amigos y, cuando lo hacías, ya se habían bebido medio bar. En ese momento, si los observabas con detenimiento te dabas cuenta de que parte de ese colegueo entre ellos, más que un sentimiento de amistad verdadero, era una consecuencia de los vapores etílicos.

Por eso recomiendo que durante estas fechas tengamos cuidado con nuestras acciones, que seamos mesurados en las reacciones y prudentes con las decisiones que tomemos. Que no nos hagamos tan amigos del primero que pase por nuestro lado, ni que rompamos una amistad de años por sentir que durante el mes de diciembre no hemos sido tratados como nos cuentan los anuncios de la tele que deberíamos ser tratados. Que no pensemos que somos el centro del universo y que el resto de personas giran o deberían girar a nuestro alrededor. Tomémonos con calma estas y todas las Navidades porque no son otra cosa más que espejismos, resacas que se pasan con reposo, a la sombra y con la ayuda de un paracetamol.