viernes, 15 de febrero de 2019

El algoritmo de la ensaladilla

No es la primera vez que en este blog se hace referencia a la serie ‘Black Mirror’. Me parece fascinante la capacidad de describir escenarios que sirven para intuir cómo podría afectar a nuestras vidas cotidianas la parte menos previsible del desarrollo tecnológico. Pues bien, esta serie vuelve a captar mi atención con su último capítulo estrenado (hasta el momento), ‘Black Mirror: Bandersnatch’.

Su originalidad argumental consiste en que cada espectador puede participar (mediante el mando a distancia de la tele) y elegir qué acciones toma el protagonista y, en consecuencia, determinar diferentes desarrollos y desenlaces de la historia. Una aportación que, dicho de paso, no es nueva. La literatura, sobre todo la infantil a partir de los denominados ‘librojuegos’, en la década de los setenta; y los videojuegos interactivos, desde los noventa, ya proponían este procedimiento interactivo hace muchos años.

Mientras que algunas de esas acciones a elegir por el espectador para el avance de la historia son bastante simples, como la posibilidad de decidir si el protagonista trabaja, o no, desde casa, determinación que no implica conflictos morales ni éticos; otras son mucho más complejas, como optar entre asesinar a alguien, o no hacerlo.

Pero, más allá de la carga moral que implica tomar alguna de estas decisiones, la paradoja, en sintonía con la filosofía distópica de la serie, es que Netflix ha guardado cada una de estas decisiones en una base de datos, un hecho cuya legalidad se ha cuestionado desde el punto de las normas de protección de datos.

En principio, esta acción de Netflix parece legal porque, tal y como ellos explican, no debería haber problema en almacenar estas decisiones si se desvinculan de los datos personales de los usuarios que las tomaron. Para la plataforma de streaming esa acción forma parte de su sistema de captación de información, de ese big data con el que intentan mejorar su oferta y, sobre todo, personalizarla para adaptarla a los gustos y preferencias de sus abonados.

Y es que el modelo de negocio de Netflix no es competir con superproducciones sino adecuar los contenidos a los gustos de sus usuarios, es decir, hacerles propuestas personalizadas; en este caso, y según sus ingenieros informáticos, gracias al uso de un algoritmo capaz de controlar más de 27.000 ‘microgustos’ recopilados por la plataforma en función de la actividad de sus clientes.

Ojalá que en el futuro otros muchos proveedores de productos y servicios puedan aplicar un algoritmo para detectar nuestras preferencias y ajustar sus ofertas sin violar nuestros derechos vinculados con la protección de datos personales; los bares, sin ir más lejos. Estoy harto de que me pongan de tapa aceitunas o patatas fritas cuando a mí lo que me vuelve loco es la ensaladilla, entre diario; y si es domingo, paella. Señores hosteleros, tomen nota.

martes, 12 de febrero de 2019

El doctor Google

“Diagnóstico tos seca, sobre todo por la noche”. Esta búsqueda en Google la hice yo mismo hace unos meses para ver a qué se podía deber una tos persistente que no acababa de irse. En total, 463.000 resultados. Entre ellos, diferentes fuentes nos explican, entre una enorme variedad de respuestas, qué es la tos seca, a qué se puede deber, cuánto tiempo puede durar, qué hacer para evitarla o cuál es el mejor jarabe o el remedio casero más recurrido.

El 80% de la población acude al ‘doctor Google’ en busca de asesoramiento médico y sanitario. Dependiendo de la fuente que elijamos y de nuestras aprensiones, una carraspera puede ser un aviso de enfermedad mortal o quedarse en una simple alergia.

Y eso se traduce en dos problemas de comunicación. Por un lado y aunque exista un deseo por ampliar cualquier información, el primer escollo está en que la comunicación entre médico y paciente no es tan buena como debiera.

Ya sea por la falta de médicos y, en consecuencia, el escaso tiempo que pueden dedicarnos los facultativos; por nuestra propia incapacidad para trasladarles correctamente nuestros síntomas o por la de ellos a la hora de adecuar el lenguaje técnico a uno comprensible por la mayoría, lo cierto es que muchos confían más en el galeno virtual que en los propios médicos de carne y hueso.

El otro problema de comunicación está en la fiabilidad de los contenidos que aparecen en Internet sobre el tema salud, una información especialmente sensible que no está exenta de bulos y fake news y para la cual algunas voces reclaman algún tipo de control interno, por parte de la propia Google, con algoritmos que filtren mejor los resultados; y otro externo, con certificaciones o, al menos, prescriptores de confianza que recomienden sitios en donde se garantice el acceso a información relevante, comprensible y veraz sobre temas sanitarios.

Las recomendaciones son claras. El médico debe tratar de transmitir a sus pacientes la información correcta y más completa posible acerca de las dolencias que les afectan y tiene que hacerlo asegurándose que lo comprenden. La red, como repositorio de todo lo bueno y malo, de lo veraz, lo falso y lo impostado, debe consultarse con todas las precauciones posibles, acudiendo a fuentes fiables y solventes, relativizando cualquier contenido y, en todo caso, trasladando las dudas que surjan a nuestro médico.

Aunque, hablando de relativizar, este problema de comunicación se queda pequeño con los más de 400 millones de personas que no tienen acceso a los servicios básicos de salud y los más de 2.000 millones sin dinero para comprar los medicamentos que precisan.

jueves, 7 de febrero de 2019

¿De verdad quieres estudiar una carrera?

Aunque es muy fácil eso de decir, “yo estaré contento con lo que él elija, si eso le hace feliz”, la verdad es que, llegado el momento, la mayoría de los progenitores prefiere que sus hijos les digan que quieren hacer Derecho o Medicina a que opten por ser pintor (de brocha gorda o pincel), influencer, fontanero o maquinista de tren.

Un vídeo patrocinado por una entidad bancaria, una de esas grabaciones (por supuesto, realizada entre penumbras para lograr una atmósfera más íntima) en las que se entrevista a un experto en alguna materia, en este caso Tony Wagner, al parecer una figura reconocida mundialmente en el mundo de la educación, aportaba un punto de vista muy interesante acerca del modelo de formación actual y sus consecuencias, entre ellas, la frustración de los padres con respecto a los caminos que tomarán las carreras profesionales de sus vástagos.

No todo el mundo vale para estudiar una carrera, ni para ejercer de eso que se ha estudiado. De hecho, muchos de los que comienzan una carrera universitaria se quedan en el camino y, de aquellos que consiguen terminarla, solo un pequeño porcentaje llega a ejercer de lo suyo. Pero es que, ¿qué sería de nosotros, y de nuestra economía, si solo hubiera licenciados y diplomados a nuestro alrededor?

Como se dice en este vídeo al que me refiero, “estudiar una carrera universitaria no es siempre una ventaja competitiva”. El experto pone como ejemplo el modelo de educación finlandés. Hace cuarenta años, debido a una crisis económica interna, abrieron un debate para ver cómo podían afrontar el futuro, y parte de ese futuro lo basaron era la educación de sus hijos.

En Finlandia no hay exámenes, tienen menos horas de clase al día, menos meses lectivos y apenas llevan deberes a casa. Sin embargo, cuenta con uno de los porcentajes de investigación y desarrollo más altos del mundo. ¿Cómo lo hacen? Cuando los chavales cumplen 11 años empiezan a tener contacto con un orientador; tres años después ya están en disposición y tienen criterio para poder elegir entre un programa académico convencional o uno técnico que les lleve directamente a un puesto de trabajo, junto con el equivalente al bachillerato. El 45% elige esta última opción y tiene éxito.

Para el tal Wagner, “no basta con reformar el sistema educativo, hay que crear uno nuevo en el que se prepare a los jóvenes a ser ciudadanos activos, curiosos e informados; capaces de encontrar su pasión”. Y eso, que parece tan lógico, determina que llegado el momento de elegir entre seguir cursando estudios superiores o dirigir los pasos hacia una formación profesional sirva para tener futuros igualmente prometedores. Pues eso, la pasión, o lo que antes se llamaba vocación. La cosa es formar a librepensadores para que sean felices o infelices, pero informados y con criterio.