jueves, 7 de febrero de 2019

¿De verdad quieres estudiar una carrera?

Aunque es muy fácil eso de decir, “yo estaré contento con lo que él elija, si eso le hace feliz”, la verdad es que, llegado el momento, la mayoría de los progenitores prefiere que sus hijos les digan que quieren hacer Derecho o Medicina a que opten por ser pintor (de brocha gorda o pincel), influencer, fontanero o maquinista de tren.

Un vídeo patrocinado por una entidad bancaria, una de esas grabaciones (por supuesto, realizada entre penumbras para lograr una atmósfera más íntima) en las que se entrevista a un experto en alguna materia, en este caso Tony Wagner, al parecer una figura reconocida mundialmente en el mundo de la educación, aportaba un punto de vista muy interesante acerca del modelo de formación actual y sus consecuencias, entre ellas, la frustración de los padres con respecto a los caminos que tomarán las carreras profesionales de sus vástagos.

No todo el mundo vale para estudiar una carrera, ni para ejercer de eso que se ha estudiado. De hecho, muchos de los que comienzan una carrera universitaria se quedan en el camino y, de aquellos que consiguen terminarla, solo un pequeño porcentaje llega a ejercer de lo suyo. Pero es que, ¿qué sería de nosotros, y de nuestra economía, si solo hubiera licenciados y diplomados a nuestro alrededor?

Como se dice en este vídeo al que me refiero, “estudiar una carrera universitaria no es siempre una ventaja competitiva”. El experto pone como ejemplo el modelo de educación finlandés. Hace cuarenta años, debido a una crisis económica interna, abrieron un debate para ver cómo podían afrontar el futuro, y parte de ese futuro lo basaron era la educación de sus hijos.

En Finlandia no hay exámenes, tienen menos horas de clase al día, menos meses lectivos y apenas llevan deberes a casa. Sin embargo, cuenta con uno de los porcentajes de investigación y desarrollo más altos del mundo. ¿Cómo lo hacen? Cuando los chavales cumplen 11 años empiezan a tener contacto con un orientador; tres años después ya están en disposición y tienen criterio para poder elegir entre un programa académico convencional o uno técnico que les lleve directamente a un puesto de trabajo, junto con el equivalente al bachillerato. El 45% elige esta última opción y tiene éxito.

Para el tal Wagner, “no basta con reformar el sistema educativo, hay que crear uno nuevo en el que se prepare a los jóvenes a ser ciudadanos activos, curiosos e informados; capaces de encontrar su pasión”. Y eso, que parece tan lógico, determina que llegado el momento de elegir entre seguir cursando estudios superiores o dirigir los pasos hacia una formación profesional sirva para tener futuros igualmente prometedores. Pues eso, la pasión, o lo que antes se llamaba vocación. La cosa es formar a librepensadores para que sean felices o infelices, pero informados y con criterio.

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