sábado, 28 de mayo de 2016

Mensajes del suburbano: Metro de Madrid les informa

De vez en cuando los dos trasbordos y las casi 20 estaciones que recorro, cada día y en hora punta, subido a un vagón del Metro me ponen en contacto con seres de otra galaxia a los que es un placer observar. Para mí, representa una fuente de inspiración y una forma de palpar la realidad a diario. De hecho, si tuviera que elegir un post de todos los que he escrito, sería en el que trataba de los mensajes que comunican la pobreza en los andenes del suburbano.

En estos tiempos de indefinición, de cambios sociales forzados y de "Papeles de Panamá" es curioso observar cómo la gente que se sienta frente a ti en el vagón de cualquier línea del Metro muestra la zozobra que se siente a menudo en cualquier rincón de España. Y lo hacen a través de los mensajes que trasladan: de resignación, de tolerancia y esperanza, de distracción o de solidaridad.

Son las siete de la mañana. Frente a mí, una bancada con cuatro asientos. Los dos del centro están ocupados por una mujer y un hombre, ambos de mediana edad y con mensajes diferentes, enfrentados. Ella lee con devoción (la veo mover los labios) un diminuto y desgastado libro de salmos con la imagen de una virgen en la portada, ya amarillenta. Es el mensaje de la resignación. La comunicación repetitiva, como una oración, que establecen los desesperados que han entrado en estado de shock y ya no tienen capacidad de respuesta.

A su lado, un señor medio calvo con traje y corbata. Lleva un maletín de piel del que saca una bolsa de plástico transparente en la que hay cuatro cómics de Marvel. Coge uno de ellos, lo abre y lo ‘devora’ con la vista. Parece una eternidad hasta que pasa la siguiente página. Estamos con el mensaje de la tolerancia y de la esperanza. Los superhéroes nos muestran el camino para respetar al que es diferente, proteger al débil y la moraleja de “no importa cuán difícil sea salir adelante, si luchas por conseguirlo lo lograrás y, si no, al menos lo habrás intentado”.

A mis observados les flanquean otras dos personas, algo más jóvenes, que están leyendo en un libro electrónico mientras escuchan música (o la radio, a saber). Es el mensaje de la distracción, del escapismo. Huir de la realidad, no ver ni oír lo que te rodea, dejarse llevar lejos, a otra parte. Ojos que no ven, corazón que no siente.

Quedan dos paradas para bajarme y cambiar de convoy; pero antes, aparece un señor grueso, con acento sudamericano que dice en voz alta: “Tres galletas recubiertas de chocolate por un euro, una por 50 céntimos. Que dios les bendiga. Gracias a su ayuda he podido salir adelante con mi familia”. Sí, ya me ha aprendido su cantinela. Viste correctamente, bien peinado y amable, recorre los pasillos de los vagones lanzando su discurso, y facturando. Ya tiene clientela. Es el mensaje de la solidaridad. Son las 7:45 horas y, como diría un GPS, he llegado a mi destino. Me bajo, hasta mañana.

miércoles, 11 de mayo de 2016

Un profesional de la desinformación

Mis padres creen que sigo trabajando en la agencia de comunicación donde estaba hace dos años (cómo pasa el tiempo). En su día decidí que informarles de que me quedaba en el paro no les aportaría nada, excepto sufrimiento. Era un mensaje prescindible. Como iba a verlos casi a diario (mi oficina estaba muy cerca), puse como excusa (y aquí tenemos la mentira piadosa) que habíamos cambiado de jornada partida a intensiva y que, a partir de ese momento, me pasaría a verlos sólo los jueves, cosa que sigo haciendo actualmente.

No he estado inactivo. En este tiempo y acompañado por mi pareja (también periodista), hemos dirigido ciertas acciones de comunicación para ANAPAL, la asociación que agrupa a las administraciones de Loterías y Apuestas del Estado y, todo hay que decirlo, con muy buenos resultados. Lo hemos hecho desde casa, hasta que hace dos meses volví a recibir una oferta de trabajo. Es temporal, un contrato por obra, de periodista, de esos que permiten seguir pagando las facturas. Pero el mensaje a mis padres no ha cambiado. Para ellos, sigo trabajando en la agencia, un lugar donde saben que era feliz.

Hay que valorar qué mensajes son prescindibles. Sopesar los pros y los contras de transmitirlos. Por ejemplo, un astrofísico amigo mío me informa que en 48 horas va a caer un meteorito gigante sobre la Tierra. ¿Lo hago público? Es un dilema. Por una parte, ¿para qué les voy a quitar de lo que estén haciendo?. No tiene sentido. Se van a achicharrar igualmente, pero sin la angustia de la espera. Pero, por otra, si lo comunicamos, parte de la población podría dejar de angustiarse, se liberaría de sus pesadas cargas pensando que en un plazo de dos días acabarán sus sufrimientos. Aún queda un grupo, más reducido, que se lanzaría a la calle a causar el mayor daño posible, que se aprovecharía para vengarse y tomarse la justicia por su mano.

Llegado este punto, ¿es una irresponsabilidad no comunicar la verdad sobre algo? Puede, pero yo me considero un profesional de la desinformación porque valoro lo que se calla tanto o más que lo que se dice. Y, en el caso de mis progenitores, el silencio es más beneficioso para todas las partes. Pero un mensaje prescindible (acompañado de una mentira piadosa, no lo olvidemos) puede ser reversible. En este caso bastaría con que mi situación laboral se vuelva más estable. Cruzaremos los dedos. Mientras tanto, los jueves seguiré yendo a visitar a mis padres.

domingo, 8 de mayo de 2016

Mensajes y sonrisas millonarias

Hace unos meses leí que Carlos Sobera, el presentador de televisión, había comprado un teatro en Madrid. Más tarde confirmé que era cierto; el Reina Victoria, nada más y nada menos. Creo recordar que le había costado siete millones de euros. Y, claro, uno piensa en alto: “Qué sueldos no tendrán (o tendrían hasta no hace mucho en la televisión) para poder amasar una fortuna que permita gastarte siete millonazos de euros en un edificio, y con lo que ha bajado el tema inmobiliario, xD”.

Lo cierto es que ahora, cuando le veo (a Sobera) abanderando “First Dates”, un nuevo reality de “Cuatro” basado en las citas a ciegas en un restaurante, no dejo de preguntarme si la sonrisa y la ceja hacia arriba forman parte de una pose estudiada o si es una expresión de alegría que le surge de forma espontánea al pensar en la nómina.

La verdad es que el programa (se emite de lunes a viernes de 21 a 21:30 horas) es para sonreír. Y si no, atención a algunos ejemplos de lo que se puede llegar a decir en una cena de pareja con la intención de encontrar la media naranja. Ella a él: “Me gustaría que me encantase leer pero empiezo y me entra el sueño”. Él a ella: “Antes agobiaba a las chicas, ahora he estudiado seducción por Internet”. Él a Él: “Estoy ensayando una sonrisa para que no me salgan arrugas”.

Ahora, semanas después, leo que Sobera pidió un crédito para poder adquirir el teatro. ¿Será a Cofidis?, esa empresa dedicada a los micropréstamos a la que cede su imagen el también presentador televisivo Christian Gálvez (su primer prescriptor famoso); ¿o quizás a T-Presta?, representada publicitariamente con la imagen de Bertín Osborne.No lo sé; pero, ¿se han dado cuenta de que los tres presentadores comparten una gran sonrisa? Sí, ya. La satisfacción del trabajo bien hecho. Claro.

lunes, 2 de mayo de 2016

A Zuckerberg no se le puede bloquear

¿Se han cansado nuestros amigos y conocidos más ‘enredados’ de subir las fotos de sus últimos viajes y fiestas a Facebook, o somos nosotros los que empezamos a estar agotados de husmear en sus vidas a través de la ventana abierta por el visionario Zuckerberg? Al parecer, la tendencia es la disminución del intercambio de información personal.

Comenzamos a sentirnos hastiados de las interminables tiras de fotos en las que aparecen un montón de extraños con caras de éxtasis varios y de los paisajes turísticos, más o menos reconocibles, de fin de semana; de las descripciones del estado de ánimo con mensajes del tipo: “Comiendo un arroz en la terraza de Fernando”; y de la frase cómica del famoso de turno con 500 comentarios, la mitad alabando su gracia y la otra mitad intentando ser más graciosos que el propio comentarista.

Los expertos en comunicación ya lo han bautizado y le han puesto un nombre: Contexto de colapso; un concepto que viene a aclarar cómo las redes sociales tienden a difuminar los límites entre la comunicación interpersonal y la de masas.

Para los analistas, Facebook está mutando y se está convirtiendo en otra cosa. Claro que muchos de sus millones de usuarios lo siguen utilizando para ver las actualizaciones de sus allegados pero, ahora, más del 40% de los estadounidenses lo utilizan también para informarse de las últimas noticias; para el entretenimiento y, con mucho ímpetu, para juegos.

Esta mutación no es casual, ni mucho menos. Detrás está Mark Elliot Zuckerberg, el único usuario de Facebook al que no es posible bloquear. En la reciente conferencia F8, se dirigió a más de 2.000 desarrolladores del entorno Facebook (y que pagan 1.500 pavos por asistir) pare decirles que el futuro está en el vídeo en 360 grados, la mensajería entre empresas y usuarios, y el contenido educativo (con realidad virtual incluida).

¿Equivocado? Entre WhatsApp y Messenger (ambas compradas por el creador del “Me gusta”) se envían a diario más de 60.000 millones de mensajes en todo el mundo. Incluso la CNN está preparando un nuevo formato para enviar un resumen diario a través de Messenger. No es casualidad. Estamos ante otro visionario, como lo fue Steve Jobs, capaz de intuir por dónde se van a desplazar nuestros pasos en los próximos diez años. Y yo que no sé qué comer mañana.