sábado, 23 de abril de 2016

Mensajes disuasorios

Hay mensajes que nos marcan la vida, que nos dicen lo que no se debe hacer. Vas a una frutería y te encuentras el cartel de ‘No tocar la fruta’; en la calle tenemos el ‘Prohibido aparcar. Se llama grúa’, y en las carreteras una imagen de una calavera sobre dos huesos cruzados en forma de x nos advierte de una inminente amenaza.

‘No tocar’, ‘Prohibido’ y ‘Peligro’ son quizás el eje sobre el cual giran gran parte de los mensajes disuasorios que utilizamos actualmente. Hemos crecido con ellos. Nuestros padres, en especial nuestras madres, nos los han inculcado profundamente hasta hacerlos formar parte de nuestros inconscientes. Los aplicamos en la vida diaria casi sin darnos cuenta y los transmitimos, como una herencia vital, a nuestros hijos.

Son mensajes permanentes, de esos que el mundo del marketing y de la comunicación busca denodadamente para administrarlos y replicarlos con éxito manifiesto en sus tareas de posicionamiento empresarial o en reforzamiento de la identidad e imagen personal o corporativa.

Pues bien. Todo esto viene a cuento porque hace unos días, yendo en el bus, vi con sorpresa un cartel a la entrada de una obra en el que se anunciaba: “Seguridad Gabarre: Obra vigilada por gitanos. Tú mismo”. No entendía bien el mensaje. Sí. Parecía querer ser disuasorio, pero tener un vigilante gitano no me parecía algo tan convincente ni persuasivo. Así que investigué, es decir, se lo pregunté a Soledad, mi pareja (los periodistas, y más si son mujeres, son auténticos pozos de sabiduría).

Me contó que se trataba de un mensaje disuasorio especializado (dirigido expresamente a los cacos del sector de la construcción). Y es que, al parecer, hace años varias mafias, lideradas por gitanos, se habían especializado en robar en el interior de las obras. Pero ya se sabe que eso de sustraer puede dar con tus huesos en la cárcel, así que surgió otra “rama” menos delictiva, con ascendiente extorsionador, que se ponía en contacto con las empresas constructoras responsables y les ofrecía la mejor alarma contra los hurtos: un vigilante gitano, eso sí, pagado a un precio bastante más elevado del que pediría una empresa de vigilancia al uso. Al parecer, mano de santo.

Al final, determinados mensajes alcanzan sus objetivos por el miedo (en muchas ocasiones irracional) a las consecuencias negativas de su incumplimiento. Lo más probable es que el frutero no se dé ni cuenta de que palpas los tomates de la estantería, ni es probable que nos pongan una multa si aparcamos cinco minutos a la puerta de la salida de ese garaje con vado. Basta el miedo a las represalias para que el mensaje surta efecto en un amplio porcentaje de la población. Qué lástima que alguno, como el ‘Prohibido prohibir’ se quedara solo en un slogan. Pero, claro, en este caso se trata de un mensaje disuasorio contradictorio, pero de esos, ya hablaremos otro día.

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