Fotografía de la noticia titulada "Masacre en Michoacán" del diario "El Sol de la Florida". |
Lo cierto es que según los informes emitidos por organizaciones como Reporteros Sin Fronteras se establece que México es uno de los tres países más peligrosos para ejercer el periodismo, junto con Paquistán e Irak; o el informe de la Comisión Nacional de Derechos Humanos que considera que México es el país latinoamericano más peligroso para el ejercicio de la información.
Las cifras "cantan"; 66 profesionales del periodismo asesinados en una década, 12 de ellos en 2010, periodistas secuestrados e incluso medios que han cerrado por las amenazas de los cárteles de la droga. Todo ello en un país en el que desde diciembre de 2006 se han producido 34.600 muertos víctimas de la violencia del narcontráfico.
En este escenario no parece que el intento de buscar una forma de abordar la información vinculada con la violencia de tal forma que no sirva de altavoz a los intereses del delito organizado esté en contra de la libertad de expresión. No se trata de censurar sino de evitar hacer apología del crimen.
Lo que habrá que determinar es hasta qué punto estos medios contrarios al acuerdo, que claman por la libertad de expresión, no defienden más el rating, la difusión, el prime time, el negocio del minuto más visto a costa de todo y de todos.
Como sostiene Hugo Aznar, profesor de Ética Pública y Ética del Periodismo de la Universidad Cardenal Herrera CEU, de Valencia: "La autorregulación periodística nace del compromiso voluntario de los agentes que participan en el proceso de comunicación y se dirige a complementar la libertad de los medios de comunicación con un uso responsable de la misma. No se trata de poner la comunicación al servicio de ninguna causa, sino más bien lo contrario: de prevenir que la comunicación y sus contenidos sean utilizados para fines ajenos, desvirtuando así sus propios bienes internos".
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